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HiN III, 5 (2002)
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Oliver Lubrich
„Egipcios por doquier“.
Alejandro de Humboldt y su visión ‘orientalista’ de América
10. Revaluación
Como se ve, el Oriente es situado en relación con Europa y América en formas muy diversas: en la comparación entre el „Viejo“ y el „Nuevo“ Mundo, el Oriente es ubicado alternativamente en uno u otro lado. O bien es separado de Europa, ya sea en la comparación o no con los indios, o es identificado con ella. En la medida en que Humboldt varía no sólo la constelación de estas comparaciones y relativizaciones, sino también su valoración, va diferenciando aún más su método de percibir a América con los ojos puestos en el Oriente.
La imaginación del Oriente en la relación de viaje de Humboldt es ambigua. Por una parte, los orientales pertenecen a la „civilización“ europea desde la „Antigüedad“; por otra parte, constituyen su más exacta oposición. En contraposición al ennoblecimiento del Oriente como cultura de la Antigüedad clásica, aparece la historia de los enfrentamientos entre los países de Europa y un Islam en expansión. Humboldt da continuidad a esta historia con las miras puestas en los acontecimientos políticos de la época: „dans l’Orient […] des hordes barbares se sont emparées de l’Égypte, de l’Asie-Mineure, et de cette Grèce jadis libre, berceau abandonné de la civilisation de nos ancêtres.“ [III.59] („en el Oriente […] las hordas bárbaras se adueñaron del Egipto, del Asia Menor y de esta Grecia antes libre, cuna abandonada de la civilización de nuestros ancestros.“ [V.r.e.-V.85]) El antagonismo que ha venido repitiéndose desde las Cruzadas, la caída de Constantinopla y hasta la guerra de liberación de los griegos, es ahora continuado en América. Los franciscanos de una misión en la región del Orinoco le preguntan al viajero „’[…] surtout si le Turc continue à se tenir tranquille.’“ [II.248] („’[…] sobre todo si el Turco continúa manteniéndose quieto’“ [V.r.e.-III.339]).
En reiteradas ocasiones Humboldt se refiere a los acontecimientos de la época en el sudeste de Europa. La esclavitud colonial que observa en Cuba („le commerce des nègres“) es asociada por él con el dominio turco sobre la Grecia contemporánea: „de nos jours (à l’éternelle honte de l’Europe chrétienne) on fait la traite des Grecs à Constantinople et à Smyrne.“ [III.403] („como en nuestros días se hace el tráfico de griegos en Constantinopla [y Esmirna], con oprobio eterno de la Europa cristiana.“ [E.p.100-101]). En esta variante de la orientalización de América los turcos adoptan el papel de los traficantes de esclavos de las colonias españolas, mientras los indios y en este caso específico los negros esclavos asumen el de los oprimidos griegos, en tanto el Occidente se llena de „oprobio“ al no poner fin a tales prácticas, lo cual estaría en condiciones de hacer apoyando la lucha de liberación de los griegos o – algo que se deja a la libre interpretación del lector –, poniendo en práctica la abolición de la esclavitud. „L’Europe“, que aquí constituye una sinécdoque de „civilización“ o de „mundo libre“, sacaría tanto provecho del fin del colonialismo español en América como del fin del dominio turco sobre Grecia: „des événemens qui feroient cesser la barbarie en Grèce, […] et dans d’autres pays soumis à la tyrannie de Ottomans.“ [III.59] („de los sucesos que [harían] cesar la barbarie en Grecia […] y en los otros países sometidos a la tiranía de los otomanos“ [V.r.e.-V.85]). En este contexto de reflexión política ya no son los indígenas los identificados con un Oriente de connotaciones negativas, sino explícitamente los gobernantes coloniales españoles. El orientalismo de Humboldt se ha tornado aquí anticolonial.
De la esclavitud, tal como el viajero la observa en Cuba, Humboldt critica no sólo los engendros de una determinada práctica colonial, sino que relativiza los conceptos optimistas de la „Ilustración“, de la „civilización“ y de un „progreso“ lineal y teleológico [III.457]: ya en la Antigüedad, apunta, la esclavitud („l’esclavage“), por una parte, y el progreso („progrès“) y la civilización („civilisation“), por otra, no eran en ningún modo fenómenos excluyentes. Y mientras que Humboldt, en su condición de viajero, cree estar viviendo en una era de la razón („dans des temps que nous croyions caractérisés par un progrès prodigieux de lumières“ [III.457]; „en tiempos que creíamos caracterizados por un progreso asombroso del [conocimiento]“ [E.p.216]), por otra parte se ve obligado a observar cómo se repiten „las mismas crueldades“ („ces mêmes cruautés“) de la Antigüedad y de finales de la Edad Media: lo mismo en Cuba que en Santo Domingo, durante la Revolución Francesa o en las guerras de los turcos. Desde el momento en que la „barbarie“ es localizada a un mismo tiempo en Europa (Antigüedad, Feudalismo, Revolución), en América (esclavitud) y en el Oriente (guerras de los turcos), el término deja de funcionar como criterio diferenciador. Son precisamente los términos teórico-culturales e histórico-filosóficos, los mismos que se habían consolidado esencialmente en la oposición binaria al concepto de una „otredad“ „bárbara-oriental“, los que pierden aquí su cohesión y autoridad.
Durante la redacción de su relación de viaje, cuyo último tomo fue concluido en 1831, Humboldt se refiere a acontecimientos concretos de la guerra de liberación de los griegos (1821-1829), particularmente a las atrocidades cometidas por los turcos en Chio (1822) y a la caída de Misolonghi (1826):
„[L]es massacres de Chio, d’Ipsara, et de Missolonghi, oeuvres des barbares de l’Europe orientale, que les peuples civilisés de l’ouest et du nord n’ont pas cru devoir empêcher.“ [III.457]
(„ [L]as matanzas de Chio, de Misolonghi, obra de los bárbaros de la Europa oriental que las naciones civilizadas del oeste y del norte han creído no debían impedir.“ [E.p.216])
La frase sobre „los bárbaros de la Europa oriental“ („[l]es barbares de l’Europe orientale“) puede leerse de forma múltiple, según sea interpretado el genitivo „de“ como complemento o partitivo, es decir, en el sentido de una perspectiva ideológica o de pertenencia espacial: Mientras Humboldt, por una parte, destaca la otredad de los turcos sin mencionarlos directamente y llamándolos „bárbaros“, con lo cual los demarca como los absolutamente „otros“, parece reproducir el paradigma clásico que desde Homero y Esquilo les atribuye ese status desde la percepción „de la Europa oriental“ (es decir, del Este). Por otra parte, Humboldt los integra, al considerarlos una parte de la „Europa oriental“ (es decir, de una región híbrida). El límite entre occidentales y bárbaros („barbares de l’Europe“) y entre Europa y el Oriente („l’Europe orientale“) queda de ese modo disuelto, destruyendo así el antiguo paradigma.
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Ambas regiones, América y el Oriente, aparecen en la imaginación geográfico-cultural de Humboldt en una relación simultánea de identidad y diferencia, tanto respecto de Europa como entre sí. Europa se desplaza simbólicamente entre dos „otredades“, una „oriental“ y otra „americana“, las cuales al parecer se hayan en competencia por adquirir el rango de la menor diferencia, lo cual sucede con un resultado cambiante. El Oriente funge como el „Otro“ de la Europa tradicional, a través del cual es posible ejercitar su percepción de la diferencia. Él, el Oriente, constituye lo exótico que es descrito desde hace siglos, incluso milenios, y que por tanto es, paradójicamente, algo todavía a medias familiar.[1] En comparación con el Oriente, América es el otro „Otro“ de Europa. En la medida en que es vista como Oriente, América por su parte aparece doblemente exótica, y se torna al mismo tiempo comprensible. El Oriente y su duplicado, el „Nuevo Mundo“ codificado literariamente como Oriente, conforman dos variantes distintas de „alteridad“ que se desarrollan, varían y cuestionan mutuamente.
El Oriente le sirve a Humboldt como campo de referencia de asociaciones literarias, científicas, económicas, filológicas y políticas. Funge como un cliché de lo exótico, como objeto comparatístico, como caso precedente de la práctica colonial y como modelo heurístico y paradigma de la diferencia. A través de los pasajes escépticos e implícitamente autorreferenciales, así como a través de una sutil política conceptual, el Oriente se va tornando una referencia cuestionable. El texto de Humboldt problematiza su método de la „orientalización“ de América en la medida en que superpone relaciones metafóricas y metonímicas, iguala coincidencias y diferencias, combina identificaciones cambiantes, emprende valoraciones divergentes y esboza una topografía paradójica.
Alejandro de Humboldt fracasó como viajero del Oriente, y arribó a La Habana, no a Alejandría. Al principio todo pareciera indicar que este fracaso debe ser compensado en la relación de viaje mediante una mezcla ingenua e ideológicamente cuestionable de motivos orientales. Pero en la medida en que el autor deconstruye esta práctica de la „orientalización“ de América, la obra va diferenciándose de la mayoría de las relaciones de viaje y de toda la literatura escrita sobre países exóticos, pertenezca ésta a un discurso de carácter „orientalista“ o „latinoamericanista“, y lo hace de un modo que hoy podríamos intentar definir como „postcolonial“.[2]
[1] Una „otredad“ adicional que juega un papel importante en la relación de viaje y que resulta imposible de incluir entre las anteriores (América, Antigüedad, Oriente) lo conforma el judaísmo [véase, por ejemplo, III.558, I.468, I.487]. En Cartagena, Colombia, Humboldt observa, por ejemplo, un „bárbaro espectáculo“ („spectacle barbare“). Como parte de una procesión de Pascuas se queman en público unos muñecos que representaban a judíos („mannequins de Juife“). „La populace attandoit, pendant plusieurs heures, le moment où ‚le feu seroit mis à los judios.’ On se plaignoit que les Juifs, à cause de la grande humidité de l’air, brûloient moins bien qu’à l’ordinaire.“ [III.558] („El populacho esperaba durante varias horas el momento en que ‘prendieran fuego a los judíos’. Se quejaban de que debido a la humedad del aire, los judíos ardían menos que de costumbre.“) Incluso en una ciudad de provincias de la América colonial existe un antisemitismo popular que al parecer atribuye a los judíos la función de representar la „otredad“ absoluta.
[2] Agradezco a Yahya Elsaghe, de Berna, sus valiosos consejos; de igual modo, quisiera agradecer a Rex Clark, de Lawrence, sus constructivos señalamientos.
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